Erica entraba por la puerta de
su casa apresuradamente, tenía muchísimas ganas de llegar a
su cuarto y poder coger el
ordenador, pero su madre se lo impidió.
—Erica—Dijo su madre, una
mujer de mediana edad. Unas canas adornaban su cabello negro
azabache, pero por lo demás,
aparentaba menos edad de la que en realidad tenía—¿Cómo
te lo has pasado con tus
amigas?
—Muy bien mamá. María José
se ''calló'' con ropa a la piscina y fue bastante gracioso
—Contestó
la joven haciéndo las comillas con los dedos en la palabra
''calló''. La mochila
las supernenas estaba colgada
por uno de sus hombros y la toalla alrededor de su cuello.
—Seguro que fue totalmente
accidental.—Replicó la mujer con un sonrisa en el rostro. Se
acercó
a su hija y le besó el pelo tiernamente.— Sube a tu cuarto y
cambíate, la cena está casi
lista
y tu padre estará al llegar.
La
chica subió de dos en dos los escalones de la casa hasta llegar a su
cuarto.
Una
vez en su cuarto, de color azul pálido, adornado con muchísimas
fotos de sus amigas.
También
tenía varios pósters de grupos de música. Se dirigió a su armario
y congió unas mallas
negras
y bastante ancha, una muda de ropa interior y se metió en la ducha,
puso un disco de
Green
Day en el aparato de música y poner el volumen alto para que ella lo
pudiera oír desde la
ducha.
Tardó alrededor de unos veinte
minutos en salir del cuarto de baño. Salió de éste con una
toalla
secando su pelo oscuro con una toalla a la vez que colocaba la ropa
que traía encima de
su
cama. Encendió su ordenador y entró en la página que llevaba
visitando todos los días,
siempre
que podía, una vez entró, vio que tenía un mensaje, lo leyó y
decía: ''Espero que te lo
pases
bien hoy, te quiero. Te echaré de menos.''
Eran
simplemente unas palabras pero a ella le sacaron una sonrisa, le
hacía feliz cada vez leía al chico.
—Erica baja que ya llegó tu
padre.—Le dijo su madre desde las escaleras a pleno grito para
que
la oyera. Ella, sin contestar bajó.
Vio a su padre que entraba por
la puerta con su traje color negro, camisa blanca y corbata
roja,
se acercó a él y le dio dos besos en la mejilla.
—Hola papá ¿cómo te fue?
—Le preguntó dirigiéndose con él al comedor, donde su madre
terminaba
de colocar la mesa.
—Hola cariño. Fue un día
duro, muchas juntas y reuniones y papeleos, ¿cómo te fue con
María
José?—Dijo acercándose a su mujer y regalándole un corto beso en
los labios, siempre
hacía
ese pequeño gesto de cariño y ya se había hecho rutinario.
—Muy bien, fue divertido y nos
reímos muchísimo.—Dijo sentándose en la mesa.
Le
cena pasó entre anécdotas del día, preguntas sin importacia y
temas triviales de
conversación.
Mañana era sábado y estaban planeando ir a algún lado todos
juntos, aunque
no
era seguro ya que amenzaba con mal tiempo.
—Mamá, ya acabé, me voy a mi
cuarto.—Se levantó cogiendo su plato para llevarlo a la
cocina
y dejarlos en lavaplatos, para después, ir a su habitación.
Subió las escaleras rápidamente
llegó a su habitación, encendió el portátil y entró en la
página.
Una extraña alegría la recorrío cuando vio que estaba Daniel
estaba en línea.
—Hola—Tecleó rápidamente a
la espera de que el chico le respondiera, ante la espera se
metió
en su reproductor de música y puso una canción de Three Days Grace.
—Hola, te eché de menos hoy.
—Le respondió el chico
—Yo también te eché de
menos.—Dijo mordiéndose el labio. Nunca lo admitiría que estaba
empezando a sentir cosas por
aquel chico.—¿Qué has hecho hoy?
—Pues no mucho. —Escribió
pausadamente, si ella supiera que había estado pensando en
ella
todo el día ¿qué pasaría? ¿y si ella también siente lo mismo?
Pero es imposible, ella no
cree
en este tipo de cosas, pensaba Daniel mientras se mordía las uñas
sin querer.— ¿Qué
pasaría
si alguien de internet se te declarara?
—¿Qué haría? Pues no sé,
ahora que lo preguntas, nunca me he planteado enamorarme por
internet.
—Mintió.
—Ya veo. Oye, me tengo que ir,
¿hablamos mañana?—
—Claro. Hasta mañana.
El
punto que indicaba que el chico estaba conectado, desapareció ¿y si
aprovechaba ahora
para
decirle lo que sentía por él? Hasta mañana no lo leería. Se dijo
dándose ánimos
mentalmente.
—Me gustas.—Escribió y,
cerrando los ojos, le dio a enviar y apagó el ordenador y se fue a
su
cama.
Mañana sería otro día.
En otra ciudad, en otra
provincia, a esa misma hora.
Daniel
apagó el ordenador esperando que ella le dijera que se quedara un
poco más. La había
echado
de menos todo el día, aunque Erica le había dicho el día anterior
que iba a la piscina de
su
amiga, había extrañado sus ''buenos días''. Como no podía dejar
de pensar en ella, le escribió
él un mensaje,.
Había
estado recordando como se conocieron, las veces que habían dejado de
hablar por
diferentes circustancias y
ahora, que desde hace unas semanas hablaban a todas horas, se
estaba
dando cuenta de que empezaba a verla no solamente como una amiga.
¿Debería
decírselo? Se preguntaba Daniel
todas las mañanas nada más levantarse y es
que, ella era su
primer pensamiento nada más levantarse y el último
nada más acostarse.
Se
puso su pijama de cuadros escoceses verdes y azules, se acostó y se
quedó pensando que
pasaría
si le dijera lo que siente por ella.
10:00 am. En la casa de
Daniel. Al día siguiente.
Unos rayos de sol que entraron
por la ventana, dando directamente a sus ojos, se desperezó
y
se levantó. Bajó a desayunar dando dos besos a sus padres en la
mejilla.
—Buenos días mamá. Buenos
días papá. —Dijo mientras se servía un poco de café y unas
tostadas
con aceite.
—Buenos días, ¿cómo has
dormido?—Preguntó su padre, un hombre de ojos marrones
oscuros
y con pijama de rayas azules y blancas.
—Bien.—Dijo simplemente.
Empezó a comer con cautela. Aunque en el fondo tenía
ganas
de poder encender el portátil y hablar con ella.
En la casa de Erica, a la
misma hora.
Se levantó de la cama con
pesadez, poco rascarse los ojos para quitarse el sueño, recordó lo
que
hizo el día anterior. Le había dicho a Daniel que le gusta ¿qué
pesará de ella ahora? Se
dijo
Eria mientras se metía en el cuarto de baño para lavarse la cara.
Se miró al espejo y vio a una
chica de pelo moreno, de media melena que le llegaba por los
hombros, ojos color miel que a
la luz del sol se veían verdes claros, dientes rectos gracias a
un espantoso aparato que llevó
durante dos años.
—Mierda.—Fue lo único que
dijo al caer en la cuenta de lo que había hecho ¿cómo pude
ser
tan estúpida? Merezco un premio a la más ingenua, por favor.
Pensó saliendo
del cuarto
de
baño y sentándose
en la cama, después en
el suelo y, por último, la silla del escritorio.
Miró
de
reojo el portátil ¿habría cotestado ya? Se dijo.
—Erica, ¿estás despierta?—Su
madre entró a su habtación, al verla en el escritorio, sonrió—
Ya
veo que sí, venga, baja a desayunar.—Le dijo yéndose por donde
había entrado.
Erica bajó a la cocina
pensando en que lío se había metido y en qué podía hacer para
que
sonara de manera errónea. ¿Y
si me mudo del país? No no... ¿y si no cojo más el portátil?
Tampoco...
Siguió deliberando sus opciones con una mirada seria en el
rostro, hasta que
legó
a la cocina casi sin darse cuenta.
—¿Estás bien, cariño?—Le
dijo su padre con su pijama de cuadros escoceses rojos y negros
—Te
veo un poco seria.
—¿Q-qué?—Volvió de sus
pensamientos cuando oyó la voz de su padre que le llamaba la
atención.— No, no me pasa
nada.—Dijo sonriendo débilmente, intentado tranquilizar a su
padre.
Se sentó en la mesa y cogió
su baso de leche y bebió lentamente, después una tostada con jamón
serrano y aceite.
En la casa de Daniel, a
esa misma hora.
El chico de ojos cafés terminó
su desayuno, apenas tenía hambre. subió a su cuarto nada más
termianr
y encendió su portátil, buscó a Erica y vio que después de él
desconectarse, le había
enviado
otro mensaje ¿qué será? Pensó
mientras le daba a la ventanita y leía me gustas, escrito
por
ella, por Erica. ォ¿De
verdad le gusto? ¿O simplemente era una broma pesada? No, ella no es
así
.La conozco desde hace varios meses como para saber que ella no diría
eso sin sentirlo. Pero
ahora
¿qué le decía? ¿lo que siente por ella? Si, no pierdo nada.サ
con rapidez antes de que
se
arrepientiera
de lo que iba a hacer. Tú también me gustas. Le dio a enviar
y se retrepó contra la
silla
en la que se apoyaba y esperó.
En
la casa de Erica, en su habitación.
Subió a su habitación con la
excusa de que quería leer algo, aunque en realidad iba a coger su
portátil,
se enfrentaría a la realidad y afrontaría de la amistad que tenía,
estaba acabada.
Encendió
su portátil y entró en la página, vio que estaba conectado y que
le había respondido.
Su
corazón se paró en un momento. Tú también me gustas.
Leyó aquellas palabras
memorizando cada una de ellas,
no podía creérselo.
—¿De verdad?—Escribió
con dificultad, aunque intentó no verse muy nerviosa por si sus
padres
entraban.
—Sí.—Contestó el chico
con sinceridad.
—¿Y ahora qué?—Escribió
la chica, intentando controlar los latidos de su corazón, era feliz
que
ahora mismo no le importaba los 276,1 km que los separaban. Le
importaba él. No dejó
contestar al chico, no quería
perder la valentía que en ése momento sentía.—¿Quieres salir
conmigo?
En la casa del chico. En
ese mismo momento.
Daniel pensaba qué podían
hacer ahora ahora que sabían lo que sentían el uno por el
otro
pero en ese momento, ella escribió esas simples tres palabras.
ォQuiero
salir con ella.
Pero...
la distancia. ¡Maldita distancia! ¿Por qué tendrías que existir?
Venga, yo puedo.サ —Sí
quiero.—Escribió finalmente,
suspirando pesadamente y sonriendo a la pantalla como
cualquier
enamorado.
Varios meses después.
En la casa de Erica.
Erica llegaba del insituto, como
cada día a las dos y media. Le daba dos besos a su madre y
subía
a su cuarto, dejaba la mochila tirada por cualquier parte de la
habitación. Encendió su
portátil
y tenía un mensaje de él: Tenemos que hablar.
—¿Qué pasa?—Escribió
con apremio en el ordenador.
—Me voy del país. No
voy a volver a España. Mejor lo dejamos ¿sí?—Escribió el chico.
En el
fondo,
Daniel se estaba partiendo por dentro, no quería dejarla, estos
habían sido los mejores
meses
de su vida y dejarla ahora.
—¡¿Cómo que te vas?!
¡Necesito una explicación! ¡No es justo que te rindas así!
¡Cobarde,
te
odio! No te quiero volver a ver en mi vida. Púdrete a donde quieras
que vayas.— Escribió
Erica
con lágrimas en los ojos, dando un golpe seco al ordenador.
Se
tumbó en la cama y empezó a llorar, llorar por el saber que nunca
más sabría de él, nunca
más,
que él se había rendido en el primer obstáculo... hasta que
finalmente se durmió.
Varios años
después.
Daniel entraba por la puerta del
hospital con paso firme. Unos vaqueros y una camisa lo
acompañaban.
—Perdone, soy Daniel
Ortiz, busco al médico Dr. Hernández.—Dijo con tono afable a la
señora.
—El señor Hernández
está de baja, pero tenemos a una sustituta, la consulta es la veinte
tres, planta dos.
Daniel asintió y se dirigió a
la sala veinte tres, una vez allí picó dos veces la puerta hasta
que
oyó un adelante de una voz femenina.
—Usted debe ser... Daniel
Ortiz ¿me equivoco?—Dijo Erica a la vez que alzaba la vista, y lo
miraba.
¿Es Daniel? ¿Quién se mudó de repente? No, hay muchos Danieles en
el mundo, ¿no?
Pero
esos ojos... es demasiado parecido...
—Soy la doctora Erica Gómez— Daniel palideció dlmente
al escuchar el nombre de Erica, la observó detenidamente, sus ojos,
sus expresión de sorpresa,
todo le indicaba que en verdad era ella, la chica que nunca pudo
olvidar.